terça-feira, 13 de agosto de 2013

PRESERVAR LA «EXTRAÑEZA CULTURAL»



 
http://www.ugr.es/~feiap/ceiap3/ceiap/capitulos/capitulo40.pdf


Tanto el filósofo alemán Martin Heidegger (1889-1976) como, sobre

todo, el psicoanalista francés Jacques Lacan (1901-1981) se dejaron cautivar,

en grado diverso, por el pensamiento oriental. Durante el primer período de su

enseñanza, el psicoanalista se interesó por la obra del filósofo, tradujo uno de

sus artículos, «Logos», y mantuvo con él diversos encuentros y entrevistas.

Estudió también lengua china durante el período de ocupación alemana y llegó

a visitar Japón en dos ocasiones, en 1963 y 1971. Ambos viajes tuvieron

repercusión en su enseñanza.1 Conjeturamos que Lacan se sirvió de Oriente y,


en concreto, de Japón como medio para alcanzar una posición de

extrañamiento necesaria a la producción de una apertura del pensamiento. Lo

«inédito» buscado no es algo que estuviera ya allí esperándolo en Japón o en

China, sino que la novedad nace gracias al «extrañamiento» mismo que el

acercamiento a estos universos culturales distintos tuvo la virtud de despertar

en el pensador occidental. Y precisamente la conservación de esa «extrañeza»

en un mundo homogeneizado constituye la preocupación de Heidegger. Lo que

perseguimos en las reflexiones que siguen no es tanto verificar las opiniones de

Lacan –como tampoco las de de Heidegger–, acerca de Oriente, sino ese

peculiar uso instrumental y contingente de la diferencia y la razón de su

necesidad.

􀀯􀁄􀀃􀁓􀁄􀁏􀁄􀁅􀁕􀁄􀀃􀂩􀁇􀁌􀁩􀁏􀁒􀁊􀁒􀂪􀀃􀁖􀁌􀁊􀁑􀁌􀁉􀁌􀁆􀁄􀀃􀂶􀁄􀀃􀁗􀁕􀁄􀁙􀁰􀁖􀀃􀁇􀁈􀀃􀁏􀁄􀀃􀁓􀁄􀁏􀁄􀁅􀁕􀁄􀂷􀀑􀀃􀀫􀁈􀀃􀁄􀁋􀁴􀀃􀁏􀁄􀀃􀁙􀁈􀁕􀁇􀁄􀁇􀀃


etimológica. Pero, si nos decidimos a jugar con la música de la materia

significante al modo de James Joyce (y de la experiencia psicoanalítica del

inconsciente), podemos sacarle punta al «falso» (falso aunque lo cierto es que

finalmente se escucha) morfema «di-» («dis-») que contiene. Como si se tratara

de una nota de la escala musical, lo introducimos en nuevos «temas». La nueva

vía nos conduce a nuevos significados: 1. oposición o contrariedad, como en

disentir; 2. origen o procedencia, como en dimanar; 3. extensión o propagación,

como en dilatar, difundir; o 4. separación, como en divergir.


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Las dificultades para el diálogo cultural guardan relación con

estos jalones que nos señala el léxico de la lengua. Cabe preguntarse por qué

razón los seres humanos nos conducimos de una manera tan necia y nos

inclinamos de manera natural en la pendiente que no nos conviene.3 Uno de los


elementos constitutivos de la respuesta a esta pregunta resulta evidente: la

inercia. La postura de simple oposición al otro extraño u extranjero es el

camino cómodo y fácil. Conversar, en cambio, es la tarea difícil, requiere el

despliegue del trabajo y el esfuerzo. No es una posición que esté dada de

entrada, sino una posibilidad potencial que debe ser desarrollada.4 Cuando se


dialoga de manera auténtica se desconoce de antemano qué saldrá a la luz. Sin

el reconocimiento de la incertidumbre y la aceptación de sus riesgos no hay

diálogo auténtico posible. En contraste, habitualmente hablamos con el otro

como si lo hiciéramos con el espejo. Nos limitamos a confirmar lo consabido.

Como reza el evangelio, y conviene tomárselo en serio, tenemos oídos para no

escuchar. El resultado es el hastío y la rutina, un desgaste inútil que, al igual que

los círculos dantescos, o esos menos aclamados pero mucho más cercanos, los

surcos de un disco rayado o de un mecanismo encallado, alimenta el malestar y

da ocasión a estallidos repentinos y violentos. La dificultad de la escucha es lo

que se plantea en el texto que sigue:

«El» pensamiento, esto es, nuestro pensamiento occidental,

determinado por el logos y modulado según él. Esto no quiere

decir en modo alguno que el mundo antiguo de la India, de la

China y del Japón haya carecido de pensamiento. Más bien, la

indicación del carácter de logos, propio del pensamiento

occidental, contiene para nosotros la conminación, en el caso

de que osásemos tomar contacto con esos mundos lejanos, de

preguntarnos en primer lugar si tenemos oídos para

escuchar lo que allí ha sido pensado. Esta pregunta se


vuelve tanto más apremiante, en cuanto que el pensamiento

europeo amenaza con volverse planetario: ahora ya los indios,

los chinos y los japoneses actuales nos relatan las más de las

veces sus propias experiencias únicamente en nuestro modo de

pensar. Así, se mezcla aquí y allá un gigantesco revoltijo, en el

cual ya no se puede juzgar si los indios antiguos han sido

empiristas ingleses o Lao-Tzu un kantiano. ¿Dónde y cómo



podría darse un diálogo estimulante que apele al propio

ser esencial respectivo, si por ambas partes es la



inconsistencia la que guía la palabra?5


Este fragmento es de 1957, forma parte de una de las conferencias que

el filósofo pronunció en Friburg sobre el tema Grundsätze des Denkens


(Principios fundamentales del pensamiento). Algunas frases nos invitan a

pensar. En primer lugar, la que enuncia: «preguntarnos en primer lugar si

tenemos oídos para escuchar lo que allí ha sido pensado». La segunda viene a

continuación inmediata: «Esta pregunta se vuelve tanto más apremiante, en

cuanto que el pensamiento europeo amenaza con volverse planetario: ahora ya

los indios, los chinos y los japoneses actuales nos relatan las más de las veces

sus propias experiencias únicamente en nuestro modo de pensar». Según Carlo

Saviani, Heidegger es el filósofo más traducido en Japón.6 La traducción tiene


sus sorpresas. En general pensamos que la obra es mejor entendida por

aquellos lectores que comparten la lengua del autor. Pero no siempre es así,

aunque precisamente tampoco es cuestión de olvidar que recepción

admiración, e incluso comprensión de una obra, no implican necesariamente un

«verdadero» entendimiento de la misma. En 1969, en la ceremonia de

celebración de su 80 aniversario, Heidegger, dirigiéndose al filósofo japonés

Kôichi Tsujimura,7 que acababa de pronunciar un discurso de elogio durante el


transcurso de la ceremonia, dijo las palabras que se transcriben a continuación:

En 1929, como sucesor de mi maestro Husserl en

Friburgo, ofrecí una disertación con el título «Was ist

Metaphysik?». En aquella lección, el discurso versaba sobre la

nada; he intentado mostrar que el ser, a diferencia de todo

ente, no es un ente y que, en este sentido, es una nada. La

filosofía alemana y también la extranjera tildaron a este

discurso de nihilismo. Al año siguiente, en 1930, un joven

japonés de nombre Yuasa, precisamente de la edad de su hijo,

tradujo al japonés esa lección, que había escuchado cuando

asistía al curso del primer semestre. Él comprendió lo que

quería decir dicha lección.8


Lacan, bien al contario de Heidegger, en ocasión de la publicación de la

traducción al japonés de Écrits en 1972, manifestará una actitud más escéptica


en relación a las posibilidades de la recepción japonesa. En la época de la

publicación de la traducción de Écrits al japonés, el psicoanalista francés estaba


fascinado, a la par que entusiasmado, con las posibilidades que brinda la lengua

y la escritura japonesas al juego del equívoco. Llegará a decir que la dimensión

traductora de esa lengua y escritura tan peculiar hacen innecesaria, e incluso


obstaculizan, la hipótesis del inconsciente. Citamos a continuación dos

fragmentos del prólogo de Lacan a la traducción japonesa de los Escritos:


Que se me traduzca al japonés, me deja perplejo. Porque

es una lengua a la cual yo me he aproximado: en la medida de mis

posibilidades.

Me he formado al respecto una idea elevada. Reconozco en ella la

perfección que adquiere por soportar un lazo social muy refinado

en su discurso.

Este lazo, es el mismo que mi amigo Kojève,9 el hombre más libre


que yo haya conocido, designaba como: esnobismo.

7

􀀋􀂫􀀌􀀃􀀧􀁌􀁆􀁋􀁒􀀃􀁈􀁖􀁗􀁒􀀏􀀃􀁇􀁈􀁏􀀃􀀭􀁄􀁓􀁹􀁑􀀃􀁑􀁒􀀃􀁄􀁊􀁘􀁄􀁕􀁇􀁒􀀃􀁑􀁄􀁇􀁄􀀑􀀃􀀼 el gusto


que he tomado de sus usos, incluso de sus bellezas, no me hace

esperar más.

Especialmente, no ser escuchado allí.

No es, por cierto, que los japoneses no tiendan la oreja a todo lo

que puede elucubrarse como discurso en el mundo. Ellos

traducen, traducen, traducen todo lo que aparece en él de legible:

y tienen mucha necesidad de eso. De otro modo no creerían en

ello: así, se dan cuenta.10


Frente al miedo habitual de todo autor ante la traducción de sus obras,

cuando la tarea concierne a lenguas de una familia lingüística y de un universo

cultural tan distante, el temor se redobla. ¿Dónde empieza y dónde termina el

dominio de lo compartible? La pregunta no es fácil de responder. Nos

reservamos el propósito de abordar el contenido de ese «Avis au lecteur

japonais» en otro estudio posterior. Por el momento, y en referencia a esta

particular sordera hacia su obra atribuida por Lacan a los japoneses en 1972, de


la que hace responsable, curiosamente, a la lengua y la escritura japonesas,

transcribimos algunas de las palabras dichas en referencia a sus compatriotas

por el psicoanalista, filósofo y escritor japonés Takatsugu Sasaki, responsable

del equipo de traductores que llevó a cabo la traducción de los Escritos, tarea


que duró trece años.

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T. Sasaki destaca en esta entrevista la enorme facilidad para la creación

de sentidos múltiples de la lengua japonesa, una característica derivada del uso

combinado de tres tipos de escritura, de la conservación de la pronunciación

china (on-yomi􀀏􀀃􀂶􀁏􀁈􀁆􀁗􀁘􀁕􀁄􀀃􀁓􀁒􀁕􀀃􀁈􀁏􀀃􀁖􀁒􀁑􀁌􀁇􀁒􀂷􀀌􀀃􀁄􀁏􀀃􀁏􀁄􀁇􀁒􀀃􀁇􀁈􀀃􀁏􀁄􀀃􀁍􀁄􀁓􀁒􀁑􀁈􀁖􀁄􀀏􀀃􀁜􀀃􀁇􀁈􀀃􀁘􀁑􀁄􀀃􀁖􀁌􀁑􀁊􀁘􀁏􀁄􀁕􀀃


naturaleza fonética de la lengua que resulta muy apropiada para dar paso a la

existencia de una gran cantidad de homófonos con distinto significado. De este

modo, resulta que todos los japoneses leen entre líneas como actividad normal

del uso de su lengua. Y mezclan lengua extranjera y lengua original.

1.1. RAZONES DE LA NECESIDAD DE UNA VERDADERA CONVERSACIÓN ENTRE

LAS CULTURAS.


Para Heidegger conservar la diferencia y no identificarse con el otro

resulta un factor indispensable para la persistencia misma del pensamiento, una

posición que contradice la de aquellos que en la actualidad glorifican la

necesidad de «empatía». Esta última, es necesario decirlo, ha embrollado más

que aclarado la cuestión del trato con la diferencia.12 Lo que se requiere para el


diálogo cultural no es «ponerse en el lugar del otro», impostura que siempre

acaba en confusión, sino realizar la hazaña de «abrir el oído para poder

escuchar». Conservar la propia diferencia y la del otro significa dejar que opere

una apertura que tiene la virtud de mantener vivo el diálogo y de permitir el

funcionamiento de la red simbólica significativa, velada en la cháchara habitual

con la que taponamos lo inquietante del silencio. La invitación a la lectura de la

parábola de los peces de Zhuangzi fue en cierta ocasión la respuesta indirecta

de Heidegger a una pregunta sobre las posibilidades de la empatía13:


11

Zhuangzi y Huizi estaban paseándose por el dique, en el río Hao.

Zhuangzi exclamó: «¡Mirad cómo brincan y disfrutan esos peces

plateados! ¡He aquí el verdadero deleite de los peces!»

Huizi: «Pero no sois un pez, ¿cómo sabéis cuál es el deleite de los

peces?»

Zhuangzi: «No sois yo, ¿cómo sabéis que no sé cuál es el deleite

de los peces?»

Huizi: «No soy vos y, ciertamente no sé lo que lleváis dentro.

Pero está claro que no sois un pez, por tanto no sabéis cuál es el

deleite de los peces»

Zhuangzi: «Volvamos al punto de partida, si no tenéis

inconveniente. Me habéis preguntado cómo sé cuál es el placer de

los peces. Por tanto, si me habéis hecho esta pregunta, es que

sabíais que yo lo sabía. Pues bien, lo sé, estando aquí, a la orilla del

río».14


¡Hermosa parábola! Arriesgaremos nuestra propia interpretación, la

cual consistirá en decir que se escucha verdaderamente al otro no cuando uno

se identifica con él ni tampoco cuando uno se pone frente a él, sino cuando uno se

coloca «a su lado», preservando «la orilla» de separación. De esta actitud se desprende


una ética, inclusive una política, que debería conducir al establecimiento de un

fundamento sólido para el verdadero diálogo intercultural:15preservar la orilla e


interesarse por los «peces extra-ordinarios» cuidando de no identificarse con

ellos ni oponérseles.

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